- Jose: ‘¿Entonces mañana es un buen día para atacar la cima?’
- Campo Base: ‘Afirmativo, mañana ok para cima. Pasado mañana negativo.’
Con esta conversación nos fuimos a dormir unas horas antes de intentar la cima de Pico Lenin, en la cordillera del Pamir, situada en uno de esos países que todo el mundo ha oído pero que sus nombres se mezclan, Kirguistan. A las 3:00 de la mañana nos despertamos con un fuerte viento que golpeaba nuestra tienda, tomamos una galletas mientras pensábamos que siempre dentro de la tienda parece que el viento es más fuerte, en parte para animarnos en parte para calmar nuestros nervios por nuestro primer intento a cumbre.
Después de vestirnos salimos fuera en medio de la oscuridad y de un viento que, sin la falsa sensación de seguridad de la tienda, hacía presagiar un día muy complicado. La esperanza era que, basado en la previsión que nos habían dado desde el campo base solo unas horas antes, el viento amainara y tuviéramos un fabuloso día de cima.
La merma de fuerzas que había supuesto participar en el rescate de un montañero ruso que había muerto al caer en una de las terribles grietas.
Comenzamos a caminar con todo puesto, hacia frio pero el buen equipamiento que llevábamos nos protegía perfectamente. Avanzábamos muy despacio, el fuerte viento, la oscuridad, la altura, estábamos por encima de 6500 metros, y la merma de fuerzas que había supuesto participar en el rescate de un montañero ruso que desgraciadamente había muerto al caer en una de las terribles grietas que hay en esta montaña, nos hacían ganar metros muy despacio.
De camino a la cima nos encontramos con dos de nuestros amigos guías con los que habíamos entablado una relación muy estrecha después de haber trabajado juntos en el rescate de los montañeros rusos, ellos se volvían del intento a la cima, pero nos animaban a seguir, pues sabían de nuestras capacidades y nuestro equipamiento era mejor que el suyo.
Cada paso era un mundo, era como levantar una gran losa.
Recuerdo tener una sensación muy extraña, nuestra preparación física era excelente, habíamos entrenado muy duro y tanto en fondo como en técnica íbamos por encima de las exigencias que en un principio necesita este tipo de montaña, sin embargo cada paso era un mundo, era como levantar una gran losa para lo cual sabías que tenías fuerzas pero tu cuerpo no reaccionaba en consecuencia, sin duda la altura estaba haciendo su ‘trabajo’.
Pasaban las horas y nada hacía presagiar que el tiempo mejoraría, es más, cada vez la visibilidad era menor, llegando a ser necesario el uso del gps para encontrar el camino de vuelta, pues hay un punto específico donde no pocos montañeros han cogido el camino incorrecto y han acabado en Tajikistan, en el mejor de los casos.
Las horas pasaban, la cima no llegaba y nuestra cabeza empezó a recordar nuestros cálculos de hora límite. Cálculos que afortunadamente ya estaban preparados de antemano, una y mil veces, con distintas hipótesis, escritos y reescritos, adaptados…, desde mi punto de vista uno de los grandes aprendizajes de cada expedición, muchos escenarios, todos posibles, y algunos que no esperas, como me ha pasado en más de una ocasión.
Los 7134 metros de la cumbre se nos empezaban a hacer inalcanzables.
La cima no llegaba, la visibilidad era muy escasa, menos de 10 metros, el viento no daba tregua, y los 7134 metros de la cumbre se nos empezaban a hacer inalcanzables. En un momento dado mi gps marcó 7000 metros, comprobé las horas de luz y el ritmo al que estábamos avanzando, los 134 metros de desnivel que nos quedaban supondría llegar a nuestras tiendas en medio de la oscuridad que con estas condiciones de la meteo harían muy peligroso el regreso.
Tengo que reconocer que en esas condiciones de altura la cabeza también va más lenta, lo cual hace imprescindible salirse lo menos posible del guión preestablecido antes de comenzar la ascensión a la cima.
Sin duda esta especie de empanada mental puede explicar muchas de las decisiones que se toman en altura y que luego desde el sillón de nuestra casa juzgamos sin tener en cuenta los condicionantes que las han provocado. En definitiva decidimos darnos la vuelta.
Desde el sillón de nuestra casa juzgamos sin tener en cuenta los condicionantes que las han provocado.
Tengo que reconocer que, aunque la decisión fue rápida, por mi cabeza pasaron rápidamente varias imágenes del tiempo que había precedido a esta expedición, como los entrenamientos en Sierra Nevada con mi malogrado compañero Manolo, que murió escalando mientras preparábamos esta expedición, la ascensión al Montblanc con nuestros amigos, que arriesgaron la cumbre, de hecho no la lograron, por unirse a nosotros en nuestro vivac de entrenamiento para alcanzarla y de tanta ilusión puesta en esta primera expedición.
Las lágrimas casi aparecen provocando un inicio de condensación de las gafas de ventisca, lo cual en esas condiciones complicaría aun más la visibilidad. Inmediatamente mi mente reaccionó y todo mi esfuerzo y dificultosa concentración se focalizaron en volver al campo 3 lo antes posible sanos y salvos.
Las lágrimas casi aparecen provocando un inicio de condensación de las gafas de ventisca.
Fueron catorce duras horas de intento a cima, recuerdo perfectamente la gran alegría que nos dio encontrar a uno de nuestros amigos guías, con el cual no nos podíamos comunicar porque no hablaba inglés, esperándonos con la noche ya caída con una tetera de té caliente. Sin duda el mejor té que me he bebido en mi vida, tanto por la falta de hidratación como por el cariño con el que estaba preparado. Por cierto, al día siguiente nos levantamos con un día espectacular, la montaña es así.
Sin duda el mejor té que me he bebido en mi vida, tanto por la falta de hidratación como por el cariño con el que estaba preparado.
Siempre digo que esta expedición fue para mí algo muy especial, estaba pasando tiempos difíciles ‘a nivel del mar’ y allí, pese a la dificilísima relación con mi compañero de expedición, (esto es otra historia), me sentí absolutamente pleno y feliz. La montaña dimensionaba mi vida y confirma que es mi medicina en tiempos complicados y mi pequeña aportación para hacer felices a otras personas.
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